Por: Ernesto Moreno Ampuero
La lamentable tragedia sucedida en el estadio de Port Said hace unos días no debería sorprendernos: más de 70 muertos entre apuñalados y asfixiados y cientos de heridos producto de una gresca entre “hinchas” de equipos contrarios que invadieron el campo para agredir a los jugadores rivales, al finalizar un partido de la primera división.
Habrá de seguro muchas voces que, confundidas por desconocer la realidad socio-política del país de las pirámides y faraones, una vez más satanizarán al futbol por “exacerbar las pasiones más irracionales de los hombres”. Otros pedirán que nunca más se juegue un partido de futbol en este país por la falta de garantías para los espectadores.
Lo cierto es que las causas de este triste episodio trascienden el ambiente meramente deportivo pues tienen más un corte político que futbolístico. Prueba de ello es que no solo la Federación Egipcia de Futbol ha sido disuelta sino que el mismo Primer Ministro egipcio ha reconocido su gran responsabilidad en las muertes debido a la negligencia y deficiencia en el tema de la seguridad, lo que engrandeció las nefastas consecuencias humanas. El análisis tiene varias aristas, todas complejas y deben ser vistas en su conjunto para poder ser comprendidas. Pero antes de ensayar una explicación, contextualizaré brevemente este hecho.
Desde hace un año, el país vive un clima de inseguridad ciudadana por la caída de Hosni Mubarak, dictador egipcio que se mantuvo casi 30 años en el poder. Las protestas populares contra su gobierno, que hace poco veíamos diariamente por cable, hicieron que el militar egipcio renuncie al poder y lo entregue a las Fuerzas Armadas. Un clima democrático se empezaba a respirar en Medio Oriente pues no solo Egipto era el único país en donde las manifestaciones masivas hacían caer dictaduras longevas. En menos de un año, la primavera árabe se exportaba de África hacia Asia, pasando por Túnez, Siria y Yemén.
Regresando a Egipto, tras la dimisión de Mubarak, se produjo un clima de inestabilidad en la región. La población miraba con recelo al sucesor que dejó el ex dictador, el mariscal Hussein Tantawi. La tensión social que se vive a diario entre los opositores de Mubarak y sus adeptos no puede ser obviada, mas aun en un país en el que la violencia, los regímenes verticales y los marcados conflictos étnicos-religiosos forman parte de su historia. Asimismo, tampoco podemos soslayar que Egipto es un país en donde el futbol no es un deporte tradicional como en Europa o América aunque sí logra cierta adhesión entre los hinchas. Por eso, este acontecimiento, considerado como la mayor tragedia deportiva en este país, creo yo que fácilmente pudo haberse desatado también en otro evento deportivo de masas que no necesariamente haya sido el futbol.
Los ultras o barrasbravas, que tuvieron relevancia en el descenso de Mubarak, han reconocido que su actuar en Port Said fue un mensaje directo dirigido contra el actual presidente Tantawi, al que acusan de traicionar a su pueblo por olvidar la revolución. Solo así se entiende que lo visto en las imágenes no haya sido simplemente una batalla espontánea entre hinchas rivales, como algunos erróneamente sostienen, sino una clara contienda política premeditada entre bandos opuestos: los revolucionarios y los oficialistas al régimen.
De esta manera, no es mi intención limpiar al futbol del carácter bivalente que tiene pues por un lado, el positivo, genera identidad entre sus hinchas, pero por otro, el negativo, fortalece y alimenta rivalidades entre los distintos. Sin embargo, creo que en este caso, la tragedia egipcia alcanzó límites insospechados no por rivalidades futbolísticas o factores deportivos sino al contrario por factores ajenos a ellos. Que la pelota no se manche.
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